En el aeropuerto, la gente vio a un hombre uniformado tirado en el suelo con un pastor alemán sentado a su lado: todos se quedaron atónitos al saber por qué el animal ladraba y gruñía a quienes lo rodeaban.
El aeropuerto bullía esa mañana. Algunos corrían para embarcar, otros hacían cola para tomar un café y otros simplemente miraban por las ventanas, viendo despegar los aviones. Pero en un rincón de la terminal, algo extraño sucedía.
La gente empezó a detenerse, a susurrar y a sacar sus teléfonos. En el suelo, justo sobre las frías baldosas, yacía un joven con uniforme militar. Se había extendido una manta pequeña y desgastada debajo y se había acurrucado, abrazándose las rodillas. Tenía el rostro pálido. Tenía los ojos cerrados. Respiraba con dificultad.
Junto a él, como una estatua de piedra, estaba sentado un pastor alemán. Grande, poderoso, de ojos inteligentes. No apartaba la vista de quienes la rodeaban. Si alguien intentaba acercarse, aunque solo fuera para pasar, se erguía de repente sobre sus patas traseras y gruñía. No con enojo, sino con advertencia.
La gente se detuvo. Algunos intentaron hablar con ella, otros llamaron a seguridad. Pero nadie se atrevió a acercarse.
Cuando los transeúntes descubrieron lo que estaba pasando, por qué la perra se comportaba de forma tan extraña, se quedaron atónitos. 😢😱 Continúa en el primer comentario 👇👇
Resultó que no era un simple perro. Era un perro de servicio, el compañero de un soldado. Acababan de regresar de un punto crítico, donde habían pasado ocho meses agotadores.
El soldado no había dormido nada en los tres días previos a su partida: estaba rellenando documentos, sometiéndose a interrogatorios, esperando permiso para despegar.
Aguantó todo lo que pudo. Y así, en el aeropuerto, a un par de horas de embarcar, se permitió acostarse por primera vez. Dormirse. Sin miedo. Sin preocupaciones.
Y su fiel perro, la única criatura en la que confiaba plenamente, sabía que mientras dormía, nadie lo tocaría.
Cuando el empleado del aeropuerto, ya avisado, se acercó, le habló al perro con calma. Le mostró su identificación, se sentó lentamente y dejó que le oliera la mano.
Solo después de eso, el pastor se hizo a un lado lentamente, sin dejar de observar. No despertaron al soldado. Simplemente colocaron una valla cerca para que nadie interfiriera. Y uno de los transeúntes colocó discretamente una botella de agua y una bolsa de comida cerca.
Dos horas después, el hombre despertó. No sabía nada de la multitud que se había reunido a su alrededor, que alguien incluso había roto a llorar al ver la devoción del perro. Simplemente se levantó, le acarició la cabeza, tomó su mochila y se dirigió a la puerta de embarque.