Me llamo Larissa y soy una mujer corriente que hace malabarismos con las exigencias del trabajo y la vida. En medio del ajetreo, a menudo me olvido de hacer una pausa y apreciar lo que de verdad importa. Pero nada me preparó para el día en que regresé a la casa de mi infancia, sólo para encontrarla en ruinas y a mi madre desaparecida. Esta es nuestra historia.Un día, tras una semana especialmente dura, decidí darle una sorpresa. No le dije que iba a ir, sólo quería ver cómo se le iluminaba la cara cuando entrara por la puerta. La idea me hizo sonreír durante todo el trayecto.
Al girar en nuestra antigua calle, me invadió la nostalgia: los paseos en bicicleta, los días de verano y su risa. Pero cuando llegué a nuestra casa, se me encogió el corazón. La casa había desaparecido, reducida a un montón de ladrillos y madera. El pánico se apoderó de mí mientras corría hacia los escombros, llamando a mi madre, pero sólo respondía el viento.
«Hola, ¿buscas a alguien?», me interrumpió una voz. Me giré y vi a Tom, un viejo conocido del instituto, con una sonrisa de satisfacción que me inquietó.Mi madre era su profesora y él le guardaba rencor por sus malas notas. A pesar de sus intentos por ayudarle, él la culpaba de sus fracasos.
Tom se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. «No es mi problema». Se marchó, dejándome aturdida y frenética.
Marqué su número, pero saltó el buzón de voz. Desesperada, conduje hasta la comisaría. «Mi madre ha desaparecido», jadeé. «Nuestra casa está destruida. Tengo que encontrarla».Mientras celebrábamos esta victoria, supe que necesitábamos un nuevo plan. Con parte de la indemnización, alquilé una casa cercana, asegurándome de poder estar allí para mi madre todos los días. El alivio y la gratitud en su rostro lo valían todo.
«Dentro de unos años la compraremos», le aseguré, y ella asintió con lágrimas de esperanza en los ojos.
Reflexionando sobre todo lo que había pasado, me di cuenta de que, aunque habíamos ganado, habíamos pagado un alto precio. Mi madre había perdido su casa y su sensación de seguridad, pero nosotros habíamos ganado un vínculo inquebrantable y un recordatorio de la importancia de la familia y de defender lo que es justo.
Me prometí a mí misma que no permitiría que algo así volviera a ocurrir, ni a mi madre ni a nadie. Reconstruiríamos no solo nuestra casa, sino nuestras vidas, más fuertes que nunca.