Una chica con bailarinas gastadas

Una chica con una falda sencilla y una camisa vieja, una mochila al hombro y bailarinas gastadas, entró en la oficina principal de una gran empresa. El espacio relucía con cristal y metal, el aire olía a café caro y perfume, y entre tanto brillo, ella desentonaba.

Se acercó a la recepción y dijo con calma:

«¿Puedo ver al director general?»

La recepcionista, sin levantar la vista, la miró de arriba abajo. Un tono frío sonó en su voz.

«Lo siento, pero no tenemos vacante para limpiadora».

«No», respondió la chica en voz baja. «Estoy aquí por otros asuntos».

Una risita ahogada resonó a sus espaldas.

«¡Mírenla!», susurró uno de los empleados.

«¿Con esa falda y bailarinas?» «Quizás se equivocó de dirección», añadió alguien con una sonrisa pícara.

Anna (ese era el nombre de la chica) no reaccionó. Se quedó de pie en silencio, con la cabeza ligeramente inclinada, como si no hubiera oído nada.

—Disculpe —repitió cortésmente—, ¿cuándo puede verme su general?

La recepcionista, fingiendo cortesía, pulsó el intercomunicador.

—Ya le avisé —murmuró—. Sale enseguida.

Un minuto después, se abrieron las puertas del ascensor. Salió un hombre mayor con un traje caro. Enseguida vio a la chica y, para sorpresa de todos, sonrió ampliamente:

—¡Anna! ¡Aquí estás! Te estaba esperando.

En la oficina se hizo un silencio sepulcral. Las conversaciones cesaron. Alguien dejó caer un bolígrafo con torpeza.

—Permítanme presentarles —dijo el director dirigiéndose al personal—. Ella es Anna, su nueva jefa de departamento.

Anna asintió con calma.

—Mucho gusto —dijo, sacando una carpeta de documentos de su mochila—. Ya he revisado sus proyectos y he visto dónde se pueden mejorar los procesos. Lo discutiremos todo hoy. En su voz no había ni rastro de resentimiento ni deseo de humillar a nadie. Solo confianza, dignidad y fortaleza interior.

Quienes reían un instante antes ahora tenían la mirada baja. Un silencio incómodo se cernía en el aire.

«Nosotros… no sabíamos que usted…», empezó uno de los empleados, pero el director levantó la mano con severidad.

«Anna», dijo, «tienes libertad para dirigir al equipo como mejor te parezca. Si alguien no se adapta, es tu responsabilidad».

Anna lo miró y respondió con calma: «Gracias. Pero estoy segura de que todos merecen una oportunidad para demostrar que trabajan no para impresionar, sino para obtener resultados».

Dirigió la mirada a quienes cuchicheaban y reían con más fuerza.

«Que este día nos sirva de lección a todos. Y que sea el comienzo de algo nuevo». Anna abrió la carpeta, extendió los primeros documentos sobre la mesa y dijo en voz baja:

«Y ahora, caballeros, vayamos al grano».

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