Durante el funeral, un hombre saltó sobre el ataúd y comenzó a cantar. Todos quedaron atónitos… hasta que descubrieron el motivo

Estaban enterrando a un hombre de cuarenta años, una persona amable y alegre que había fallecido demasiado pronto.

Todos se habían reunido en el cementerio: familiares, amigos, compañeros de trabajo. La gente permanecía en silencio; algunos lloraban, otros simplemente no podían creer lo que estaba sucediendo.

El ataúd ya estaba al borde de la tumba cuando, de repente, uno de los presentes —un hombre con una chaqueta negra— dio un paso al frente. Sostenía un micrófono.

Sin decir palabra, saltó de repente sobre la tapa del ataúd.

Y en ese preciso instante, una melodía alegre y rítmica comenzó a sonar por los altavoces.

El hombre comenzó a cantar y a bailar allí mismo, en medio del cementerio, sonriendo, como si estuviera en una fiesta.

La multitud quedó estupefacta.

Algunos se santiguaron, otros susurraron indignados:

«¿Qué está haciendo? ¡Es un funeral!» Pero el hombre continuó, sin mirar a nadie.

Cuando la canción terminó, saltó al suelo. Los familiares del difunto corrieron hacia él, exigiendo una explicación.

Respiraba con dificultad, con los ojos brillantes de lágrimas.

«Perdónenme…», dijo en voz baja. «Éramos mejores amigos. Una vez hicimos una apuesta: quien muriera primero, el que quedara tendría que venir al funeral, cantar y bailar sobre el ataúd.

Nos reímos entonces, pensando que nunca sucedería. Pero di mi palabra… y no pude romperla».

El silencio se apoderó del cementerio.

Algunos apartaron la mirada, otros se secaron las lágrimas.

La alegre canción, que un instante antes había parecido una blasfemia, se convirtió de repente en una despedida final: un símbolo de amistad, lealtad y una promesa cumplida hasta el final.

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