Mientras me maquillaba, sentí una gran alegría. No podía esperar para vivir la celebración que mi esposo había organizado para nuestro décimo aniversario de bodas. John siempre había sido un anfitrión extravagante, cuidando cada detalle y asegurándose de que todo fuera perfecto. Por eso no pensé que esa noche sería diferente a las anteriores.
Entre los invitados estaban nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo, y, por supuesto, la hermana de John, Lauren, con quien nunca me llevé bien. Lauren era necesitada, codiciosa y autoritaria; siempre se entrometía en los asuntos de los demás y soltaba comentarios que me sacaban de quicio. Pero nunca dije nada porque era la hermana de John. Aquella noche me puse mi vestido nuevo y los tacones rojos y bajé a recibir a los invitados.
Como era de esperar, Lauren llevaba también algo rojo. Sabía que lo había hecho a propósito, pero me prometí a mí misma no dejar que arruinara mi estado de ánimo. Cuando todos estaban disfrutando, John pidió atención, levantó su copa y me entregó una caja atada con una cinta roja.
La abrí con impaciencia, pero dentro solo encontré un trozo de tela. Estupefacta le pregunté: “John, ¿qué es esto, es una broma?” Mientras todos observaban mi reacción, Lauren no pudo contener la risa y presumió de que su hermano por fin había aprendido qué regalar a la dueña de casa.
Además, comentó que John le había regalado a ella una pulsera costosa por su cumpleaños, que lucía orgullosa esa noche. John sonrió y explicó que todo había sido una broma sugerida por Lauren, porque creía que divertiría a los invitados. Añadió que el verdadero regalo llegaría más tarde.
Me enfadé muchísimo y me sentí humillada; deseaba que la noche terminara pronto, sobre todo tras la actitud de Lauren y la pasividad de John. Para no armar un escándalo, dejé el trozo de tela en el suelo.
Mientras tanto, Lauren seguía preguntando a todos si les había gustado el regalo y bromeando sin parar. De repente, tropezó con la tela, cayó al suelo, rompió la pulsera y rasgó su vestido.
Algunos invitados se rieron y Lauren decidió marcharse. En ese instante sonó el timbre: llegó mi verdadero regalo, una pulsera de diamantes. El rostro de Lauren se tornó blanco al ver mi joya. Por fin recibió lo que merecía y permaneció en silencio el resto de la velada.
Me sentí feliz. Aquella noche fue única y lo recordaré solo por los momentos maravillosos.